Fue hace más de un mes cuando las primeras gotas de septiembre mojaban mi espalda sudada. Desde entonces se han sucedido las tormentas y han bajado las temperaturas. El otoño acabó con el estío.
Los calores los he interiorizado y el cóctel de hormonas que golpea mi cerebro se hace dueño de mis actos. Sólo tengo ojos para ellas. Reunir a una treintena de féminas no es nada fácil; satisfacer a la mitad de ellas en estado de celo menos aún. Pero aquel tío de arriba por más que vocee no las va a oler. Son mías.
Apenas como, solo tengo tiempo para ellas, estoy débil y los disparos se oyen cada vez más cerca.
Mi corona es mi arma, y cada año mejor trofeo. Debo darme prisa en transferir mis genes; pronto colgaré de una pared.